Gota a gota


I

Una gota que cae,
que moja
otra gota que cae,
que moja y empapa
otra gota que cae,
que moja, empapa y se filtra.

La paciencia es la madre de la ciencia
y nosotros, como padres de la ciencia
amamos a la madre de nuestra hija
así que tranquilos, ¡lo conseguiremos!

II

Gota a gota, se llenó el vaso
gota a gota, nos hicimos maremoto
y ahora liberados
buscamos la gota que lo colmó
¿no lo hicimos entre todos?

III

Poco a poco salimos
poco a poco creceremos
si tardamos en poder regar
no hay prisa en germinar.

Huelga decir

Huelga decir que estamos bien jodidos
huelga decir que lo estaremos más
huelga decir que en un día no lo arreglamos
huelga decir que algo hay que hacer
huelga decir que nos hemos dormido
huelga decir que hay que despertar.

Huelga decir,
lo que hay que hacer mañana.

El miedo


El miedo, que paraliza
que nos dificulta nuestros impulsos más vitales
como respirar, comer, dormir, gritar
y tomar todo aquello que necesitamos para subsistir.
El miedo
a perder el sentido de nuestras vidas
a perder la nada
por miedo no luchamos
no luchamos por egoísmo
por nada luchamos
y nada conseguimos.
El esfuerzo y el compromiso
la solidaridad y el altruismo
palabras huecas en un mundo hueco
lleno de seres huecos
simples contendedores de contenidos vacíos
listos para ser rellenados
por la bazofia de quienes lo dirigen
dirigentes que permitimos que nos dirijan
la elección es nuestra
la hemos tomado
consciente o inconscientemente.
Todo el mundo sueña con la libertad
todo el mundo teme a la libertad
y por desgracia, el miedo a la pesadilla
siempre nos impedirá soñar con total libertad.

Adiós a la cordura


Perdí el norte yendo al sur
en busca de la razón
y encontré una razón para no volver
¡vi las vergüenzas de la cordura!
y me alegré de andar perdido
de perderme en mis andares
¡como una regadera!
bebía a grandes tragos
y orinaba meaditas
¡como un cencerro!
anunciaba mi llegada
agitando mi campanilla
¡no quiero vuestra lógica!
que raciona lo racional
¡no quiero vuestra luz!
que ciega a la razón.

Listados


Hicimos una lista de las cosas a corregir,
corregimos aquello que creímos importante,
sin importarnos lo que quedaba por el camino,
y caminamos directos al precipicio.

Al asomarnos nos asustamos,
y guardamos la lista en un cajón,
como si en él cupieran tantas cosas,
y dejamos pasar el tiempo.

Hicimos una lista de lo que había que conservar,
y conservamos lo que creímos imprescindible,
prescindiendo de todo lo demás,
y lo demás no estaba de más.

Ahora el tiempo no nos deja pasar,
y sacamos las cosas del cajón,
buscamos volver al precipicio,
ya no nos asusta el asomarnos.

Soneto

¿Qué es lo que me pasa cuando te veo?
¿Qué es lo que me pasa cuando te miro
y no veo en ti las cosas que admiro?
¡Y no vuelvas con lo de que soy ciego!

Hoy ya me han dicho que soy viejo y feo
que hace mucho que dura mi retiro
que de tan blanco parezco un vampiro
y poco a poco se hunde mi ego.

¿En qué mundos habré estado viviendo?
siempre pensando y durmiendo y soñando
sin ver ni siquiera a dónde estoy yendo.

Soy ciego, ahora lo veo, y ando
a tu lado, porque de ti dependo
y contestas ¡soy Lázaro!, ladrando.

Quisiera soñar despierto

Quisiera soñar despierto
que la pesadilla en la que vivo no es real,
quisiera poder pellizcarme
tan fuerte que sangrase,
y que el dulce sabor en mis labios
endulzara mi despertar.
Pero son ellos quienes chupan mi sangre,
son ellos los que me pellizcan cuando sueño,
logrando que ni dormido
pueda alcanzar mis metas.
Si no sueño,
sino que vivo sus pesadillas,
si no sangro,
sino para alimentar sus beneficios,
si tan siquiera en el dulce sabor de mis penas
puedo reconfortarme,
tan solo el insomnio podrá darme
las fuerzas que necesito,
para convertirme en la pesadilla
de los que dormidos en sus laureles,
creen que nunca despertarán.

El cuento de la lechera


Construía sus sueños con ladrillos
para cimentar el día por venir.
Mas cuando despertó,
no daba crédito al que le daban.

Buen provecho y buena letra


   Érase una vez un escritor que tenía mala letra. “Yo debería haber sido médico”, se decía. Pero su letra era tan mala, que ni él mismo la comprendía. Cuando terminaba de ensuciar páginas y páginas tras uno de esos arrebatos de creatividad que solían darle, miraba el resultado para encontrarse siempre con unas manchas indescifrables que no había manera humana de entender. Al principio, cuando aún podía recordar lo que su mente ordenaba escribir, buscaba desesperadamente poder leerlo en los papeles emborronados. Pero al cabo de unos días, si cogía una de esas hojas no era capaz de recordar ni de leer lo que había escrito. Podía haberlo hecho en ordenador, pensaréis, pero las ideas no fluían ante el sonido electrónico del microprocesador. Y dictarle a alguien tampoco servía, necesitaba estar solo, solo con sus ideas y con su incapacidad para escribir bien. Había visitado psicólogos, asistido a clases de caligrafía, practicado la acupuntura e infinidad de técnicas de relajación, pero nada le había servido para resolver su problema. ¿Y por qué no cambiaba de oficio? O más bien deberíamos preguntarnos si podía considerarse escritor a alguien a quien nunca nadie había podido leer, ni tan siquiera él mismo. Pero él lo sentía, lo sabía. Tenía muchas cosas que transmitir.
   Una mañana fue al acuario de la ciudad con su profesora de caligrafía. Habían tomado por costumbre dar largos paseos juntos cuando sus agendas se lo permitían. La verdad es que si bien no había hallado la solución a su problema, la asistencia a aquellas clases le había servido para encontrar una buena amiga. “La buena letra no hace bueno el mensaje”, le repetía una y otra vez Clara, así se llamaba, cada vez que en uno de esos encuentros informales se hundía en la desesperación. “Pero, ¡qué maldito mensaje va a intuir nadie en semejantes cagadas de tinta!” le respondía él. Pero por regla general en esos paseos no hablaban de su problema, sino que compartían su tiempo libre como dos buenos amigos.
   Como íbamos diciendo, esa mañana fueron al acuario. Era la primera vez que lo visitaba, por mucho que disfrutara de un buen lenguado, nunca había sentido curiosidad por el fondo marino. Pero el lugar era lo de menos, se trataba de pasar un buen rato con Clara. En un momento en que ésta fue al baño, se acercó a una de las cristaleras de la piscina mientras repasaba mentalmente los ejercicios de la última clase de tai-chi. Una voz nasal lo sacó de su mundo interior.
   -¡Eh, tú! Sí tú, el que mira como un pasmarote.
   Antonio, que así era como se llamaba nuestro protagonista, se dio la vuelta buscando el origen de aquella voz.
   -¡Aquí abajo, pedazo de alcornoque!
   Volvió a girar sobre sí mismo y efectivamente se encontró con un pasmarote reflejado en la vidriera. Tras ella sólo había peces, que nadaban en círculos con la misma cara de bobo que la suya.
    -¡Al final va a resultar que eres tonto de remate!
    Entonces se percató de que la voz provenía de un arenque que se encontraba al fondo del acuario.
    -¿Qué haces allí abajo? -le preguntó.
    -No sé nadar.
    -¡Cómo! ¿Un pez que no sabe nadar?
   -¿Acaso me meto yo contigo por no saber escribir? Sí, soy un pez, un simple arenque para más datos, y sí, no sé nadar. Pero no por eso dejo de ser un pez.
   Antonio iba a responder a su espinoso interlocutor, pero llegó Clara y el arenque se esfumó, como pez ahumado.
    -¿Con quién hablabas?
    -Me parece que necesito comer. No me encuentro bien.
   Clara lo llevó a un restaurante cercano intuyendo lo que le había abierto el hambre. Cuando les trajeron los platos Antonio lo miró sorprendido.
    -¡Oiga, yo había pedido lubina! -le dijo al camarero que ya se alejaba.
    El arenque le guiñó el ojo desde el plato, y Antonio le correspondió comiéndoselo gustoso.
   Desde aquel día su letra fluyó clara y nítida, como las cristalinas aguas de un mar tropical. Siguió viendo a Clara asiduamente, pero como amiga, a la que nunca contó cómo había hallado la solución a su problema.

Mañana


     Aquel viernes no llovió. No hacía falta mirar por la ventana para ver esa densa cortina de agua, ni afinar el oído para oír las gotas de agua rebotando contra el suelo. No llovió. Y no llovió porque como hacía un año a dios no le dio la gana de abrir el grifo. Era inútil aferrarse a esa última esperanza que representaba aquella nube solitaria que vagaba por la infinidad del cielo, ajena a lo que pasaba allá abajo, donde los mortales, cual hormiguitas ajetreadas, seguían con su día a día, con su noche a noche, confiando en que el mañana, ese mágico mañana que tantos años llevaban esperando, llegaría, esta vez sí, mañana. Pero llegó mañana. Y el mañana no llegó. Como cada día, el mañana, ese mañana, llegaba vestido de hoy. Y en esa transformación perdía sus encantos por el camino.
     Y entonces aquel viernes nevó. Se cansó el cielo de tanto pesimismo, de la larga espera del que espera por esperar y, esta vez sí, llegó el mañana. Pero llegó con las maletas y el traje de hoy, pues cansado de disfrazarse decidió ser para siempre lo que todos le llamaban a la cara.

Confusión en la orilla

Salir a la mar,
nadar contracorriente
y bucear en la memoria,
para no olvidar que hay que mojarse,
volver a tierra
firme, como los principios
mojado, de la experiencia
y lo primero que hacemos es secarnos,
luego nos vestimos de hipocresía
y nos diluimos en la multitud,
naufragamos en ella,
buscando la estrella polar
nos estrellamos,
perdidos en la resaca
que nos arrastra mar adentro,
nadamos entre dos aguas
y no llegamos a ninguna parte,
en lugar de sumergirnos
y mojarnos de los pies a la cabeza,
nos empeñamos en flotar
con el agua al cuello,
luchando para no ahogarnos
ahogamos nuestra lucha,
confundimos mar y tierra
y perdemos el horizonte.