Mañana


     Aquel viernes no llovió. No hacía falta mirar por la ventana para ver esa densa cortina de agua, ni afinar el oído para oír las gotas de agua rebotando contra el suelo. No llovió. Y no llovió porque como hacía un año a dios no le dio la gana de abrir el grifo. Era inútil aferrarse a esa última esperanza que representaba aquella nube solitaria que vagaba por la infinidad del cielo, ajena a lo que pasaba allá abajo, donde los mortales, cual hormiguitas ajetreadas, seguían con su día a día, con su noche a noche, confiando en que el mañana, ese mágico mañana que tantos años llevaban esperando, llegaría, esta vez sí, mañana. Pero llegó mañana. Y el mañana no llegó. Como cada día, el mañana, ese mañana, llegaba vestido de hoy. Y en esa transformación perdía sus encantos por el camino.
     Y entonces aquel viernes nevó. Se cansó el cielo de tanto pesimismo, de la larga espera del que espera por esperar y, esta vez sí, llegó el mañana. Pero llegó con las maletas y el traje de hoy, pues cansado de disfrazarse decidió ser para siempre lo que todos le llamaban a la cara.

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